Carlos Cañadas – Adiós al lenguaje

Dar explicaciones de la obra a menudo resulta en despojarla de su carácter de locura sagrada, misteriosa y mágica que llama la atención del espectador.
Quizás más aún porque cuando la imagen deviene de una forma fotográfica, aun queriendo ser pintura instalativa como pasa en las obras de Carlos Cañadas (Huéscar, 1998), conserva ese punctum, ese vínculo surgido de lo íntimo de la mente del receptor que hace único el ntendimiento entre la imagen y él mismo, que no tendría sentido ser explicado porque sólo empatiza con ello el que lo percibe porque le recuerda a una experiencia personal.
Viviendo durante la época de la Tragicomedia Contemporánea tenemos la sensación de un presente ruido incesante. Nos vemos metidos constantemente en autobuses llenos de transeúntes fantasma a los que vemos saliendo de clases, yendo al trabajo, con las bolsas de la compra. Y simplemente ocurre a veces la graciosa suerte de que en otra semana distinta, otro día distinto y a otra hora distinta, esa persona y tú volvéis a estar subidos en el mismo transporte público. Sin embargo, ninguno de los dos os habéis dado cuenta de ello, o de lo contrario tampoco importaría nada. Quizás se trata de un pasajero más. O del conductor, y a partir de ese momento lo empiezas a ver más a menudo, te empieza a llevar él siempre a todos los sitios. Pero un día bajarás de su último bus, sin saber ni su nombre, ni que nunca volverás a verlo más.
Es entonces que para escapar del abismo que nos mira de vuelta, debemos renunciar al pensamiento racional y caer en la poética de las cosas. Aceptar el absurdo y poder pensar: «no todo está perdido».
El ser humano es una máquina de deseo y su hambre a veces resulta insaciable. Por eso, y como nos han ido educando en la inmediatez, la satisfacción rápida y el desecho de lo no útil económicamente rápido, es que pesa sobre nosotros la vida de forma tan aplastante en este momento. Porque acabamos algo y ya queremos otro estímulo. Vivimos al acecho de qué será lo siguiente. Pero el mantener la llama de la curiosidad encendida, el cultivar las preguntas sin respuesta.

Texto por Fran Baena