Marta Castillo Sillero – Tiempos Náufragos

La producción escultórica de Marta Castillo Sillero parte de un objeto presente en cualquier espacio habitacional humano: la silla. Hay en ella un parentesco claro con los postulados teóricos del Ready-made, el arte del «Objet trouvé», es decir, el trabajo con el objeto encontrado. Como la propia Castillo explica, sus esculturas son en un inicio sillas, objetos cotidianos que encuentra en su día a día y que decide tomar como materia prima de su trabajo artístico. Trabajar «desde», trabajar «a partir de». Sus esculturas nacen de objetos que preceden a la propia creación conceptual de la obra y, una vez adquiridas por la artista, son modificadas con el fin de responder a un discurso artístico. El material base, la silla, se somete a alteraciones escultóricas de todo tipo comportándose como un lienzo en blanco a partir del cual crear.

En este sentido, la presente exposición no puede entenderse sin prestar atención a la trayectoria de la artista. Desde su estancia de estudios en la Accademia di Belle Arti di Palermo (Sicilia), Castillo ha venido desarrollando un proyecto escultórico en el que se vale de elementos connotados culturalmente –la forma, el color, el tamaño, la posición, etc.– para lograr expresar visualmente sentimientos y sensaciones puramente humanas como la ansiedad, el asco o la felicidad. Dichas emociones han tenido en el trabajo de Castillo un medio de dicción. Tal y como defendía el filósofo Jacques Lacan, el arte es un medio que permite dotar de imagen a aquello que no puede ser visto; ello ocurre en la citada obra que verbaliza escultóricamente aquello que es inicialmente mental. 

A este respecto, Castillo propone una obra donde los procesos planteados previamente, provenientes del mundo de las ideas, quedan traducidos en la objetualidad de la silla. Mediante ella, se pone de manifiesto la preocupación de la artista por reflejar lo consternado, lo aprisionado hasta la extenuación, a través de los volúmenes creados para la ocasión, se distribuye toda una constelación de cuerdas que la atrapan y encadenan distribuidas por el espacio, en un intento de introducir al espectador en la obra y establecer un diálogo con ella. 

Se trata, por tanto, de un resultado en el que la artista reflexiona sobre la concepción lineal del tiempo y aquellos momentos vitales en los que lo humano, mental o biológicamente, se opone a ese curso temporal canónico. Tiempos náufragos que avanzan a la deriva en el flujo temporal de la modernidad, en ese tiempo que no cesa. El tiempo del mundo moderno que, como señala el teórico Miguel Ángel Hernández, mantiene un ritmo frenético donde todo cese supone contravenir un principio fundamental de la contemporaneidad «la pulsión productiva». Parar, detenerse, es pecado capital. Marta Castillo reflexiona sobre esos momentos en los que nos sentimos incapaces de mantenernos sincronizados con ese tiempo acelerado, el tiempo que nos excede. Momentos en los que el tiempo propio, el tiempo de lo humano, se presenta como un tiempo fuera del tiempo, un tiempo que parece dilatarse infinitamente, casi pétreo.  

La resignificación de la materia es una cuestión tratada desde antiguo, pero lo que hace Castillo es proponer una gramática que trasciende el espacio y el tiempo que habita. Para ella, el objeto es el punctum al que se refería Barthes, ese lugar exacto en el que todo sucede. Y ese punctum se repite como una constante, es reiterado en su trabajo como el síntoma de un anhelo que nunca se cumple. De esta circunstancia, se desprende su intranquilidad por alcanzar algo que no se evidencia, convirtiéndose en una suerte de Sísifo moderno que nunca llega a depositar la piedra en lo alto de la ladera. A este respecto, se inserta el tema del género que supone una destacada parte de su discurso. A través de su obra, se plantean una serie de emociones que, más allá de la afectividad, redundan en una identidad aplastada por una sociedad lastrada por el sistema patriarcal. Su silla se ancla, como se aferran muchos de los males de la sociedad actual, es sujeta por una cuerda que la imposibilita para ir más allá, generando una angustia vital que está presente en la mayoría de sus trabajos. En este sentido, su producción dialoga con el espectador a modo de denuncia contra esos intereses inherentes a la realidad. 

Su obra, de excepcional sentido biográfico, se torna universal proponiendo un relato que deja de ser individual para hacerse eco del que la mira. En definitiva, Tiempos náufragos es la representación de aquello que excede la forma. Como Kosuth, una silla es capaz de contar más de lo que a priori se puede deducir. El objeto deja paso a la idea, a la reflexión sobre el vacío en este caso. Un vacío que se traduce en inquietud al desestabilizar la idea primigenia de su creación. Así, el objeto es inutilizado de su funcionalidad, perdiendo el sentido original de utilidad y, en consecuencia, poniendo en cuestión su valor. Sin embargo, la artista consigue a partir de su propuesta ampliar el alcance de las formas.